Los últimos estudios demuestran que ciertos cambios de
hábitos, de costumbres, incluso de forma de pensar resultan beneficiosos tanto
psicológicamente, llegando a incrementar la plasticidad cerebral o la
generación neuronal, como fisiológicamente, incrementando incluso nuestras
defensas frente a enfermedades. Un cantautor latinoamericano que gozaba de mi
enorme respeto musical hasta que trastabillo con la política local, decía muy
sabiamente en sus épocas de gloria: “quiero
cambiar, cambiar para sentirme vivo”. Y será esa la verdadera clave del
cambio, cambiar por uno mismo, cambiar por superarse, no cambiar porque me
digan que hay que cambiar o porque hay una “nueva moda del cambio” en las
organizaciones para reinventar su modelo. Los cambios no se imponen, se comparten, se
entienden, se trabajan, se viven, etc. Esta será la única manera de consolidar
ese proceso. Hoy el mundo nos desafía y somos privilegiados de participar en
esta aventura y seguramente tenemos muchísimo que aportar y mucho que aprender
es la nueva estrategia Omnicanal donde todos queriéndolo o no, ya estamos
“surfeando”.
Inicialmente los cambios que habría que hacer no son grandes
cambios, no consiste en cambiar nuestra vida radicalmente, sino introducir
nuevas y pequeñas pautas en nuestra dinámica diaria, practicarlas y
ejercitarlas.
Entonces, si todos conocemos los beneficios de este tipo de
cambios ¿porqué no lo hacemos, o porqué multitud de personas encuentran tan
difícil ponerlo en funcionamiento, por qué tantos miedos?
Leyendo y releyendo a los que realmente saben, vemos como durante
muchos años y desde que en 1864 Broca identificara el área del cerebro que
lleva su nombre y en la que se localizaba la producción del habla, la
configuración de las funciones cerebrales siguió un modelo “locacionista” según
el cual cada área del cerebro se encargaba de unas funciones y sólo de esas
funciones.
Esta visión dió paso a la generalización y los diversos
factores de la personalidad se encontrarían en ubicaciones especiales y
localizadas aunque más difusas, por lo que al igual que cuando un área cerebral
dejaba de utilizarse, esta pasaba a ser “no funcional”, cuando la personalidad
se “formaba” ya no había mucha manera de cambiarla.
Por eso se pensó durante mucho tiempo, y a la mayoría de las
personas que no quieren cambiar les vino muy bien, que no se podía cambiar.
Igual que un área motora podía pasar a ser disfuncional o no funcional, un área
comportamental se generaba durante la infancia y la adolescencia y ya no podía
modificarse.
Afortunadamente, los últimos avances en neurocirugía que
permiten identificar la activación o desactivación de una sola neurona, nos
están demostrando que existe una plasticidad cerebral que hace que nuestro
cerebro, a falta de espacio para crecer, haga que las áreas cerebrales que se
creían especializadas para un tema específico se hagan cargo de funciones que
no son las suyas.
Por ejemplo, funciones como la visión que se creía
exclusivamente vinculada a impulsos eléctricos emitidos por el nervio óptico a
través de los ojos, se están derivando a través de impulsos táctiles para
“crear una nueva visión” capaz de reconocer, incluso, rostros y diferenciarlos.
Esto nos ofrece la
libertad y la posibilidad de cambiar, de pensar y creer que nuestro cerebro no
está predefinido para siempre, que
es flexible y que, por lo tanto, todas las conexiones que conforman
nuestras respuestas conductuales
aprendidas pueden ser “re-escritas” sin importar la edad que se tenga. Entonces
nuestra querida Generación “E”
(Experiencia) a la cual hemos dedicado un lugar la semana pasada (Papá
cuéntame otra vez (Del “abuelo” talentoso, innovador y las empresas) tiene
ahora su respuesta y aval científico.
Pero, entonces, ¿por qué nos cuesta tanto cambiar?
Nos cuestan los cambios porque no abandonamos nuestros contextos,
nuestros entornos, y por eso el cerebro sigue manteniendo la “ilusión” de que
“es como hay que comportarse” (Contexto y Engaño Cerebral) y segundo porque
según recientes descubrimientos (estudios científicos a los que por más que
seamos Recursos Humanos acudimos, broma añadida) existe un proceso de
“plasticidad sináptica” que hace que nuestras conexiones se hagan más fuertes
cuanto más se las utiliza.
De esta manera, cuanto más ejecutemos un comportamiento,
aunque este sea contrario a lo que normalmente hemos hecho, más posibilidad
neuronal tenemos de afianzarlo y hacerlo cotidiano. Eso sí, cuesta un esfuerzo, y en la sociedad del
éxito rápido esto parece ser incomprensible.
Y segundo porque las sinapsis no utilizadas, o que han
pasado a ser obsoletas, no desaparecen, sino que quedan formadas, latentes, y
dispuestas para renovarse más rápidamente de lo que se forman las nuevas
conexiones neuronales. Por eso la
recaída comportamental es mucho más rápida que la creación de un nuevo
comportamiento.
Cuando gestionamos los cambios en las Empresas no solo debemos mirar una
parte del pastel, sino su totalidad. No podemos pretender que las personas
cambien hacia un modelo de gestión si realmente los cimientos directivos no han
cambiado. Por lo tanto la gestión de Recursos Humanos debe plantear una serie
de cambios estructurales dentro de estos mismos procesos, los cuales se concretan
en:
- Cambio de los estilos gerenciales autocráticos, autoritarios, jerárquicos y controladores por estilos más participativos, que fomenten la iniciativa, creatividad e imaginación del trabajador.
- Horizontalización de la toma de decisiones, lo cual se traduce en aumento de la responsabilidad o responsabilidad compartida entre los diferentes factores de la organización (empresa y trabajadores).
- Aumento de la participación de los empleados.
- Implementación de programas de formación, desarrollo y crecimiento del personal.
- Sistemas de compensaciones por conocimiento, por resultados y no por cargos.
- Buscar el sentido de identificación, compromiso, pertenencia y responsabilidad con la empresa.
- Búsqueda de la satisfacción del empleado, autoestima, crecimiento y autorrealización.
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