El médico les dio la noticia que las niñas eran siamesas. Y
casi sin tiempo para lamentaciones tuvieron que enfrentarse a la dura operación
por separarlas. Las dos niñas salieron en perfecto estado y superaron con gran
valentía el primer gran escollo en sus vidas. Las pequeñas “Impulsividad y Paciencia”
se daban la mano casi como un acto reflejo frente a la sorprendida, feliz y
sonriente cara de sus padres. Después de estar unidas desde sus venas y
entrañas comenzarían sus primeras horas de autonomía plena. Y como suele
suceder en muchos de estos casos no paraban de buscarse y encontrarse noche
tras noche, día tras día. Cuenta mi leyenda que al enfadarse por ser separadas
quisieron vengarse renaciendo una y otra vez dentro de cada ser humano,
intentando volver a estar juntas, pero nunca lo consiguen. Lamentablemente esto
también hizo que se enfadasen entre ellas.
Será que por llevar a estas dos siamesas dentro de nosotros
creemos que la impulsividad y la paciencia pertenecen al mundo de los niños, y
esto sabemos perfectamente que es categóricamente un error. Si bien estas dos
pequeñas nos acompañan desde nuestras primeras horas de vida, van creciendo en
la misma medida que crecemos nosotros. Por lo tanto viven y conviven en
nuestros primeros pasos y también en los últimos. Y en cada etapa se
manifiestan de diferentes maneras. Y la paradoja comienza cuando pedimos que
aparezca una más que otra en algún momento pero nosotros no somos capaces de
dominarlas.
Lideramos familias, equipos, empresas, proyectos, y cuando
ese líder que llevamos dentro actúa en cada momento con un comportamiento
diferente que se adecúa a las circunstancias, lo llamamos liderazgo
situacional.
Tenemos en nuestro interior un sistema de “amenaza y protección”
que está enfocado en detectar amenazas y conseguir la protección respecto a
ellas. Se vinculan con emociones como el miedo, la rabia, la tristeza y el
asco. Está también asociado con conductas disímiles como huir, pasar
desapercibido o dar la pelea. Estas respuestas dependen de la evaluación situacional
coste/beneficio de las opciones y de la comparación entre la magnitud de la
amenaza y la auto evaluación de recursos disponibles.
La impulsividad y la paciencia nos delimitan un camino, para
bien o para mal. Una forma de construir o de destruir. La impulsividad a veces
se tiñe de positivismo cuando la consideramos un acto que sale desde nuestro
interior y camina por la carretera del mundo creativo, del mundo de los
afectos, etc. Pero con la misma velocidad puede transformarse en negativa y
destruir todo lo que se le ponga delante,
se llame como se llame.
Y en cierta forma, la paciencia tiene también sus dos
costados: el más popular y comercial donde todos aceptamos que es un canal
positivo, donde la pausa, la inteligencia, el temple y la estrategia son sus
pilares de éxito, y por otro costado encontramos la paciencia transformada en
quietud, desidia, conformismo, nervios, que también nos llevan a otro tipo de
stress.
Cuando nos conocemos, y comenzamos a saber donde están
nuestras mejores herramientas para utilizar o no utilizar nuestra impulsividad
o paciencia, estamos también trabajando nuestro empowerment (no como verbo sino como sustantivo),
aplicando elementos cognitivos (creencias) y afectivos (sentimientos). En
definitiva es la sensación que tenemos cuando podemos enfrentar una tarea o
superar un obstáculo exitosamente, con una conducta auto-dirigida. En otras
palabras, implica sentirse preparado, listo para hacer algo por propia cuenta. Lo
contrario del empowerment es la impotencia (powerlessness).
La impotencia nos lleva a la frustración, a ver los
cristales rotos desparramados por el suelo y saber que ya no podremos hacer
nada por repararlos. Ese obstáculo no superado, ese camino mal elegido a veces
es irremediable. Y en ese camino encontraremos a personas de nuestros equipos,
a parejas, hijos o amigos matando talentos, proyectos, carreras, relaciones,
ilusiones, etc.
Somos pequeños guerreros luchando permanentemente contra
“nuestras siamesas”, pero convirtamos ese guerrero en aquel que busca ser lo
mejor que puede llegar a ser, que ve todo como un desafío, que conquista sus
debilidades y que supera su “impotencia personal”. No olvides que mi leyenda de “Impulsividad
y Paciencia” se transmite de generación en generación, y que cada vez
que cambien las condiciones (tareas, cargos, personas, relaciones, reglas de
juego, contexto, entorno) vamos a necesitar adquirir ese estado guerrero nuevamente.
Y la mala noticia es que ese cambio de condiciones no suele avisar, dándonos
normalmente un bofetón en plena cara y si no estamos preparados el dolor y la
frustración puede ser muy grande.
Úneles tú ahora esas pequeñas manos, esas manos que alguna
vez casi como un acto reflejo frente a la sorprendida, feliz y sonriente cara
de sus padres, hicieron de “Impulsividad y Paciencia” dos seres
únicos, y demuéstrales que en su complementariedad y unión está su esencia y no
su impotencia.