Ser, solamente ser, “esa es la cuestión”, sin intentar todo
el tiempo buscar la “felicidad prometida”, como una pelea interminable de la insatisfacción vs satisfacción que
nuestros antepasados, películas y libros se encargaron históricamente de
inculcarnos como el verdadero objetivo final. Podemos ser y no olvidarnos de ser, de
reconocernos, de conocernos, de experimentarnos, de dialogarnos, encontrando y
reconociendo lo mejor y lo peor de nosotros, en esa justa armonía de la
existencia, y no experimentar la agonía del vacío cuando las metas no las
alcanzamos, llevando nuestra mente a una autoflagelación milenaria cargada de
pequeños Sísifos aturdidos por subir y bajar siempre la misma montaña con la
misma piedra.
El ser o no ser y la búsqueda del equilibrio dentro de
nuestra propia identidad frente a la frustración e inseguridad en forma de gota
malaya, no solamente es una acción característica del ser humano que como decía
el maestro Serrat: “les vamos
trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción”,
sino que también la encontramos en las empresas, aunque últimamente nos
encarguemos dentro de ellas de ser cada día más operacionales por miedo a
quedarnos fuera de la rueda del negocio y cada vez menos conductuales.
Decía Nietzsche que “el
hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar
la risa”, y hereda y delega la frustración del propio ser, buscándose
permanentemente en distintos espejos de éxitos ajenos pero con tanto miedo por
mirarse en el propio que olvida lo realmente importante, su gen inicial, su
punto de partida. En las empresas la falta de conocimiento sobre su propia
esencia, fortalezas, su propia idiosincrasia, su razón de ser, también genera
frustración, desencanto, desapego, tanto de sus propios integrantes como de sus
clientes. Escuchar a los demás cuando ya tenemos la decisión genera más
desolación que el propio ejercicio de la “sordera directiva”. Creer que tenemos
un entorno participativo, capaz de decirnos lo que piensa, que nos profesa
fidelidad y jamás atrevernos a ponerlo en duda y bajar al “planeta tierra” para
comprobarlo puede dejarnos en el desierto narciso más humillante.
¿Por qué reconocer que estamos cansados, agotados, faltos de
inspiración, contrariados mal humorados, desconsolados, etc, es una debilidad?.
¿Por qué dudamos si es un punto de llegada o un punto de partida?. ¿Por qué
someternos al “ya se te pasará” como
si necesitáramos un consuelo?, y que esto no fuese un “momento glorioso” de
inflexión o uno de los mejores estados de creatividad que grandes genios
supieron utilizar para renovar ideas, generar nuevos pensamientos, descubrir,
inventar, concebir, escribir textos inolvidables o armonizar melodías únicas, esa soledad inspiracional.
¿Por qué siempre ver la palabra felicidad como la tierra prometida si también
en la frustración y el desencanto podemos abrir caminos inimaginados?.
El reconocimiento como espejo, independientemente del estado
en que nos encontremos, es la mayor
palanca de superación que ningún libro de autoayuda o management pueda
recomendarnos. Las cosas por su nombre, y como decía Pascal el pasado y el
presente solamente son medio para nosotros: el futuro es siempre nuestro fin.
Por eso nunca vivimos realmente, sino que esperamos vivir. Alucinados siempre
por esta esperanza de ser felices algún día, es inevitable que no lo seamos
nunca.
Podemos estar solos y permanecer en reposo dentro de una
habitación y desdecir las teorías que afirman que la gente en esa situación no
sabría aburrirse, soportar su frustración, aceptar la tragedia sintiendo una
angustia insufrible o un vacío insoportable de sí misma. Las organizaciones
también se sumergen en situaciones de crisis internas, en estructuras
fraccionadas, en estrategias incoherentes, todo por no soportar el silencio de
las palabras ajenas, por no reconocerse a sí mismas teniendo la valentía de
enfrentarlas con humildad y autenticidad.
¿No será hora de asumirnos a nosotros mismos, con nuestras
propias miserias y virtudes, sin intentar externalizar los limites de hacia
dónde debemos estar o no debemos para no caer nuevamente en las frustraciones
delegadas que no hacen más que estereopitarnos y hacernos simple vagabundos de
infinitos espirales inconexos?
Que esa leche templada
y esa canción que el Nano nos cantaba en boca de nuestros padres, sea una vitamina de libertad interior que se
transmita de generación en generación y nos ayude a ser, y solamente ser, y
solo sea esa la cuestión.