Cuando entras a la “ceraticamente” bautizada como la “Ciudad
de la furia” pueden pasar dos cosas: o te espantas o te anclas, y si te quedas en
el medio del camino entre una y otra, la nebulosa porteña te atrapa y te lleva
a reflexiones contrariadas pero apasionantes.
Una de ellas es “El misterio de
las oportunidades, casualidades y causalidades”. Decisiones propias,
ajenas, casuales o causales que sentencian y dan el veredicto a nuestra vida o
bien se desnudan en oportunidades. Ese instante, ese segundo, esa duda, ese
arrebato, ese “no por si acaso”, ese
“tal vez mañana”, ese “sí”, ese “ahora”, ese “no”, ese “me da miedo”, pueden
ser algunas de las tantas frases que inician este enigma y lo transforman en
una de las herramientas más importantes en la generación de las acciones o
inacciones humanas.
Soledad, mi entrañable amiga madrynense (**), reproducía
sabiamente esta semana en las redes sociales una dura pero cierta reflexión del
controvertido Bukowski sobre el amor, y si bien no es un tema que utilicemos
como referencia (al menos de manera directa) en nuestras habituales reflexiones,
nos puede servir como un gran disparador en esta materia. Charles, decía que “el
amor es una forma de prejuicio. Que tú
amas lo que necesitas, amas lo que te hace sentir bien, amas lo que es
conveniente. ¿Cómo puedes decir que amas a una persona cuando hay por ahí diez
mil personas en el mundo que amarías más si las conocieras? Pero nunca las
conocerás. Sí, de acuerdo, pero hay que hacer todo lo posible. Concedido. Pero
hay que tener en cuenta, de todos modos, que el amor sólo es consecuencia de un
encuentro al azar."
La oportunidad, la casualidad y la causalidad es un
triángulo equilátero donde nos movemos o nos paralizamos. Cada uno de nosotros
tiene el don de generar algún tipo de oportunidades sea de manera directa o
indirecta. Aunque a veces podemos caer en el error de entender la oportunidad
sólo como algo material o bien que la oportunidad la genera siempre el de
enfrente o que simplemente son puertas abiertas a un golpe financiero,
inmobiliario, etc. Incluso intentamos justificar con la naturaleza, las
estructuras, las fuerzas divinas, los ciclos positivos o negativos, etc, las responsabilidades que en algún momento
debemos asumir como propias. Somos los generadores de nuestras propias
oportunidades navegando en un mar de casualidades con los remos de las
causalidades.
Debemos medir la grandeza y el talento no por un abanico de
posibilidades que tenemos sino por uso de nuestras capacidades. Y aquí no
existen pobres o ricos, ni sanos ni enfermos porque no medimos el resultado
final en dinero ni éxitos socialmente aceptados, sino por la gestión y el uso de los recursos
que traemos en nuestra mochila de la vida. En el balance final sí cuenta el
capital inicial.
Si llevamos ese triángulo equilátero al sistema social en el
que vivimos; familias, amistades y ámbitos laborales, podríamos descubrir que
el sistema de colaboración y reciprocidad es más que una teoría. Podríamos
entender que en nuestras manos están las causalidades que provocarán una
posible oportunidad o amenaza y/o desventaja en nosotros mismos y también en
los que nos rodean. Mi “no” puede significar un cambio radical en el otro, mi
“si” puede abrir un escenario diferente, mi “tal vez” un camino sórdido. La influencia
de mi causa provocará un efecto, nos guste o no, y de manera taxativa implicará
una responsabilidad permanente en mi toma de decisiones. Muchas veces hemos
dicho que el “cómo” es tremendamente importante en nuestro sistema de relación
diaria, pero medir los impactos que provocamos no sólo es responsabilidad de
los grandes ingenieros en las grandes obras, sino de cada uno de nosotros en
nuestros pequeños “proyectos” cotidianos.
Decidimos o deciden, somos actores o espectadores, médicos o
pacientes, cada pequeña o gran acción que hagamos genera, directamente, un
resultado con mayor o menor impacto o trascendencia cotidiana, pero siempre
seremos protagonistas, sea cual sea el resultado final obtenido.
Cegados por nuestro egocentrismo, solemos preguntarnos por
qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para qué nos han
ocurrido. Por el contrario, preguntarnos para qué nos permite ver esa misma
situación como una oportunidad. Y esta percepción lleva a entrenar el músculo
de la responsabilidad. Una actitud mucho más eficiente y constructiva. Favorece
que empecemos a intuir la oportunidad de aprendizaje subyacente a cualquier
experiencia, sea la que sea.
La realidad es un campo de potenciales posibilidades
infinitas, sin embargo sólo se materializan aquellas que son contempladas y
aceptadas. Es decir, que ahora mismo, en este preciso instante, nuestras
circunstancias actuales son el resultado de la manera en la que hemos venido
pensando y actuando a lo largo de nuestra vida.
Mientras sigamos resistiéndonos a ver la vida como un
aprendizaje y a no desvelar el misterio
de las oportunidades, casualidades y causalidades, seguiremos sufriendo por
no aceptar las circunstancias que hemos co-creado con nuestros pensamientos,
decisiones y acciones o bien con nuestras indecisiones e inacciones.
(*) ceraticamente: palabra de mi invención para recordar al recientemente fallecido gran artista argentino Gustavo Cerati, autor de "La ciudad de la furia" (homenaje a Buenos Aires) entre tantas miles de canciones exitosas.