Gestionar nuestra coherencia no es tarea
sencilla, responderíamos, a priori, con rapidez y sin dudarlo, si alguien nos
preguntase si lo somos. La vida es tan dinámica, que enfrentarnos permanentemente
a nuestras contradicciones, es todo un ejercicio de madurez y humildad.
Existen varias puertas posibles donde
observar su gestión: desde nuestras
ideas, pensamientos diversos, acciones, conclusiones, etc, pero sobre todas las
cosas, la que mayor peso y repercusión tendrá, es la que involucre directa o
indirectamente a las personas.

La tendencia natural es a justificarnos,
esperando que el otro, en una muestra de madurez y de sabiduría de supervivencia en la adversidad,
asuma nuestra incoherencia como parte de su aprendizaje o como un “checkpoint”
hacia su destino anhelado. Esa aparente, sutil e inofensiva contradicción, sumada
a la falta de claridad y dificultad para dar respuestas a las preguntas que nos
plantean, puede provocar un vacío en el otro difícil de gestionar y cuanto más
altas sean las expectativas que esa persona deposite en nosotros y en nuestras
posibles decisiones, más dura puede ser su caída.

Dicho esto, es casi una misión prioritaria inherente a un puesto de dirección,
este tipo de management. No se trata de zanahorias o golosinas, se trata de asumir
en nuestro ADN profesional, que liderar personas conlleva la responsabilidad de comprender todo el sistema, ver sus conexiones, prever
las respuestas y reacciones de la gente, y a partir de ello, diseñar y ejecutar
las intervenciones adecuadas, y ser conscientes que todo lo anterior puede ser hasta más
difícil que el “peor” escenario informático-tecnológico que nos puedan poner
delante en la NASA.

Entonces será nuestra fortaleza interior y nuestras
ganas quienes nos ayuden a visualizar de manera clara, que las contradicciones
ajenas pueden ser pequeños grandes nichos de aprendizaje, generadas por las
mismas causalidades, pero que podrán convertirse, si así nos lo proponemos, en
la llave de salida. La coherencia no implica uniformidad ni rigidez, es lo
opuesto a una postura monolítica, requiere de armonía, variedad y exige
distinguir para unir y construir, porque es
de sabios cambiar de opinión, pero de necios cambiar de certeza.
Es verdad que el shock que provocan las
contradicciones, ajenas o propias, pueden afectarnos directamente tanto en el
ámbito personal como en el profesional, pero no es menos verdad que estamos
“casi obligados”, en un pacto con nosotros mismos (o indirectamente con
nuestros seres queridos), a tomar el timón de nuestra navegación, asumir
quiénes somos verdaderamente, dejando atrás la sectaria mirada del titiritero
de turno y tomando la bandera del triunfo en vuestras manos.
En la avenida de nuestras contradicciones,
haciendo esquina con nosotros mismos, reconocer nuestras propias incoherencias
puede aportarnos también un grado de sabiduría mayúsculo, tras la humildad de
la escucha, la evolución de las ideas, la aceptación de nuestros errores, el
reconocimiento de los temores del otro, etc.
Al fin de cuentas el ser sincero no es decir todo lo que pensamos, sino
nunca lo contrario a lo que pensamos. Y actuar a tiempo para lograr el equilibrio entre lo que siento, digo y hago,
será el mayor acto de virtud que podamos regalarnos y regalar a los demás.