Gestionar nuestra coherencia no es tarea
sencilla, responderíamos, a priori, con rapidez y sin dudarlo, si alguien nos
preguntase si lo somos. La vida es tan dinámica, que enfrentarnos permanentemente
a nuestras contradicciones, es todo un ejercicio de madurez y humildad.
Existen varias puertas posibles donde
observar su gestión: desde nuestras
ideas, pensamientos diversos, acciones, conclusiones, etc, pero sobre todas las
cosas, la que mayor peso y repercusión tendrá, es la que involucre directa o
indirectamente a las personas.
Asimismo, el grado de influencia o
responsabilidad que tengamos con ellas, juega un rol fundamental porque estarán
pendientes de nuestros actos (nos guste o no), siendo que estos actos les
influyen en su día a día o en su proyección.
La tendencia natural es a justificarnos,
esperando que el otro, en una muestra de madurez y de sabiduría de supervivencia en la adversidad,
asuma nuestra incoherencia como parte de su aprendizaje o como un “checkpoint”
hacia su destino anhelado. Esa aparente, sutil e inofensiva contradicción, sumada
a la falta de claridad y dificultad para dar respuestas a las preguntas que nos
plantean, puede provocar un vacío en el otro difícil de gestionar y cuanto más
altas sean las expectativas que esa persona deposite en nosotros y en nuestras
posibles decisiones, más dura puede ser su caída.
Cuando un líder es incapaz de asumir la
magnitud que sus actos o palabras pueden producir en el otro, debe cuestionarse
seriamente su capacidad para ejercer dicho mandato, ya que la dirección de personas
requiere de un talento y “amor” especial, no sólo para ver con claridad números
y procesos, sino para poder acompañar a su equipo hacia su mayor grado de
desarrollo, entendiendo y dando espacio a las diferencias, mostrando caminos
con claridad y objetividad, y demostrando un interés personal por su evolución
y también por sus deseos de crecimiento, si así lo manifiesta. Y esto no es
“hacer caridad”, una persona al 100% de sus capacidades, compromiso, implicación,
entusiasmo, deseos de mejora continua y proactividad, es capaz de darnos unos
resultados altamente satisfactorios. Por lo tanto, lo hagamos convencidos o lo
hagamos con una actitud de seudo egoísmo, el resultado de este trabajo nos
beneficiará se mire por donde se mire.
Dicho esto, es casi una misión prioritaria inherente a un puesto de dirección,
este tipo de management. No se trata de zanahorias o golosinas, se trata de asumir
en nuestro ADN profesional, que liderar personas conlleva la responsabilidad de comprender todo el sistema, ver sus conexiones, prever
las respuestas y reacciones de la gente, y a partir de ello, diseñar y ejecutar
las intervenciones adecuadas, y ser conscientes que todo lo anterior puede ser hasta más
difícil que el “peor” escenario informático-tecnológico que nos puedan poner
delante en la NASA.
La ignorancia en esta materia puede llegar
a abrir unas grietas muchas veces imposibles de subsanar, que ni el propio
mérito de un nuevo capitán del barco, puede llegar a evitar su hundimiento. Y
en un grado superior de peligrosidad encontramos la “ignorancia asumida”, muy
cercana a dinamitar los valores corporativos y que en muchos casos pueden
provocar casos de mobbing, ausentismos, renuncias, etc. Si el “ignorante
asumido”, para colmo, llega a tener el aplauso de sus pares, generará un espacio de nocividad absolutamente
destructivo, donde algunos, si tienen la suerte o la ocasión, podrán escapar a
tiempo, y otros mal convivirán en una especie de limbo, donde hagan lo que hagan
serán cuestionados y siempre les faltará un escalón para alcanzar la meta, siendo
bautizados como el Sísifo eterno, con sus desventuradas consecuencias.Ya lo
decía Ralph Emerson: “las coherencias
tontas son la obsesión de las mentes ruines.”
Entonces será nuestra fortaleza interior y nuestras
ganas quienes nos ayuden a visualizar de manera clara, que las contradicciones
ajenas pueden ser pequeños grandes nichos de aprendizaje, generadas por las
mismas causalidades, pero que podrán convertirse, si así nos lo proponemos, en
la llave de salida. La coherencia no implica uniformidad ni rigidez, es lo
opuesto a una postura monolítica, requiere de armonía, variedad y exige
distinguir para unir y construir, porque es
de sabios cambiar de opinión, pero de necios cambiar de certeza.
Es verdad que el shock que provocan las
contradicciones, ajenas o propias, pueden afectarnos directamente tanto en el
ámbito personal como en el profesional, pero no es menos verdad que estamos
“casi obligados”, en un pacto con nosotros mismos (o indirectamente con
nuestros seres queridos), a tomar el timón de nuestra navegación, asumir
quiénes somos verdaderamente, dejando atrás la sectaria mirada del titiritero
de turno y tomando la bandera del triunfo en vuestras manos.
En la avenida de nuestras contradicciones,
haciendo esquina con nosotros mismos, reconocer nuestras propias incoherencias
puede aportarnos también un grado de sabiduría mayúsculo, tras la humildad de
la escucha, la evolución de las ideas, la aceptación de nuestros errores, el
reconocimiento de los temores del otro, etc.
Al fin de cuentas el ser sincero no es decir todo lo que pensamos, sino
nunca lo contrario a lo que pensamos. Y actuar a tiempo para lograr el equilibrio entre lo que siento, digo y hago,
será el mayor acto de virtud que podamos regalarnos y regalar a los demás.