Aquellos que aún nos sentimos jóvenes y
tenemos la fortuna de aprender día a día a ser padres, equivocándonos,
rectificando, volviendo a equivocarnos, y vuelta a empezar, somos parte de una
gran generación que deseamos e intentamos darle a esa educación un matiz de
cercanía, mostrando nuestro costado de modernidad y actualización, de saber
comprender, y de alguna manera nos queremos distinguir del estilo que tuvieron,
en este tema, nuestros padres. Desde esa proximidad muchas veces comienza un fatídico
error que solemos ver más claramente en los demás que en nosotros mismos, y es
que esa cercanía puede derivar en una proximidad informal .Y es allí
cuando las normas comienzan a ser cuestionadas, provocando grietas en la
relación, en la armonía, en el respeto, en la coherencia, en el ejemplo, generando
un caos muchas veces imposible de solucionar.
Esa fisura no sólo puede producirse en el
ámbito familiar sino también en el profesional. ¿De qué manera? Hoy
encontramos dirigentes jóvenes, que han llegado a su meta, con las mismas ganas
y deseos de aprender, son “nuevos padres”, que se equivocan, rectifican,
vuelven a equivocarse, y vuelta a empezar. Y su modernidad, su capacidad, su
formación, hacen que quieran imprimir también su sello de cercanía, un tipo de Management informal donde todo ya está dicho, donde “sabes cómo soy y no vale
la pena aclararlo”, “nos vemos todos los días y nos conocemos lo suficiente el
uno del otro”, donde las bromas y la ironía son la llave de entrada que tenemos
que aceptar con estoicismo aunque no nos guste y asimilar, rápidamente, que lo que
ayer se dijo mañana cambia, con una liviandad sorprendente, como si las
afirmaciones o compromisos hechos, no tuvieran ninguna importancia e implicación.
De esta manera, el liderazgo comienza a
ser cuestionado, provocando grietas en la relación, en la armonía, en el
respeto, en la coherencia, en el ejemplo, generando un caos muchas veces
imposible de solucionar.
En ambos casos la silla se rompe, aunque
aparentemente solo es una grieta y el crujido apenas se ha escuchado, podemos
sentarnos, pero en el momento menos esperado nos encontraremos tumbados en el suelo,
probablemente haciéndonos mucho daño.
La informalidad en las relaciones, y no me
refiero a ser más o menos desenfadado sino a no cumplir con los requisitos
básicos que ellas necesitan (por ejemplo el cumplimiento de acuerdos tomados), pueden
aparentemente ser un hándicap en el relacional primario de una persona, pero
cuando en los hechos se impone este mismo estilo de dirección, el sumidero puede
ser tan profundo que no veremos ni el final de la caída.
Los detalles en las relaciones son fundamentales, y en eso los hombres tenemos un máster incompleto donde esta
asignatura final nos juega una mala pasada habitualmente. Ellas nos repiten esa
palabra una y otra vez, de la manera más sutil y de la manera más
evidente, y por más que nos esforcemos, y
a veces parezca que lo logramos, “el calambre” nos fastidia siempre unos metros
antes de la meta.
Esta también puede ser una materia
pendiente en lo profesional, con nuestros equipos, con nuestra gente, el valor
del detalle, del pequeño gesto, la grandeza por conocer esa buena debilidad,
ese mejor costado del otro, esa zona donde podremos obtener un estupendo
resultado desde lo más valioso de esa persona. La verdadera capacidad de un
líder se mide por sus detalles, por saber detectarlos, gestionarlos y animarlos.
Los pequeños detalles hacen las grandes cosas.