“Estoy cansado de demostrar y volver
a demostrar, de convencer, de persuadir, de insistir, de bajar la cabeza y asumir,
de resignarme, de escuchar lo que debo hacer para llegar y lo que no debo hacer,
y al final estar siempre en el mismo lugar, de entender lo inentendible, de
aceptar las teorías sobre mi o sobre mi entorno, con fórmulas maravillosas,
sometido a la percepción ajena, que al fin de cuentas termina decidiendo parte
de (o parte importante) mi vida”: esto puede ser, en principio, una lógica reflexión en esos “días de furia”, que como humanos que
somos, podemos permitirnos expresar y gritar
en nuestro interior, dejar que la tormenta inunde toda nuestra autoestima y
haga el peor de los barros sobre nuestra visibilidad de cara al futuro. Esos
días de furia se parecen también a un tremendo alud, que se estampa sin piedad
contra nosotros, bajo una lluvia helada de frustración, tensión, incomprensión,
mala fortuna, desánimos, desesperación, y por más que intentamos quitarnos el hielo de encima,continúa
cayendo y de manera más intensa.
En
distintos escenarios de nuestra vida personal y profesional, nos podemos
encontrar con situaciones donde sentimos
haber dado lo mejor de nosotros y sin embargo los resultados son adversos.
Insistimos, volvemos a retroceder y a intentarlo, buscando el recoveco para poder
entrar de otra manera, y creemos por un momento haberlo logrado, pero el golpe
es hasta más duro que el anterior. El resultado de la fuerza, el trabajo e
ilusión invertidos, son directamente
proporcionales al fracaso o desánimo que provoca el “gran choque”.
Pero
si aplicamos la teoría de Epicteto que decía: si no tienes ganas de ser
frustrado jamás en tus deseos, no desees sino aquello que depende de ti. Según
esto, podemos deducir que el factor exclusivo de nuestra realización se
encuentra dentro de nosotros, de nuestras propias decisiones y no de circunstancias,
decisiones o sentencias ajenas, y por ende tenemos la capacidad de intervenir e
influir nuestro entorno y nuestros objetivos,de una manera que nunca hemos
imaginado.
No
debemos invertir esfuerzos en cambiar
las decisiones u opiniones del otro,
sino en analizar y reflexionar sobre las proyecciones que estamos
haciendo, consciente e inconscientemente, y detenernos a evaluar las acciones
concretas que hemos tomado, que haremos o dejamos de hacer, siempre con la
consistencia y resonancia que tiene lo que deseo, con lo que pienso y siento.
La
ley de atracción juega un rol determinante, “yo atraigo lo que genero”. Aquí lo
importante será identificar el papel que adoptamos: ¿asumiremos nuestra
capacidad creativa de realidad o viviremos como víctimas de las circunstancias?.
Cuando el otro o la circunstancia juega un rol aniquilador de nuestras
convicciones y/o deseos, y se convierte en nuestro falso propio espejo,
perdemos nuestra imagen, esencia y naturalidad, y es allí donde necesitamos
reafirmarnos, levantar nuestra cabeza con fuerza, mirar con perspectiva y
entender que esas convicciones y deseos, están exentos de juicios oportunistas
y arbitrarios o de coyunturas particulares de un momento aparentemente gris.
Cuando
comenzamos a eliminar el fantasma del otro y sus decisiones, y alejamos “los
peros y porqués” que contienen las pesadas realidades, comenzamos nuevamente,
poco a poco, a visualizar el camino. Comenzamos
a saborear lentamente la sabiduría del cambio, nuestro cuerpo se empodera de
autonomía, sentimos la velocidad de nuestras ideas, las endorfinas que se
activan, y ese espejo nos devuelve nuestra figura. Naturalmente vamos fijando
nuestra atención más en el proceso que en el propio resultado, porque nos
interesa cada día más el “cómo”, nuestro propio “cómo” y no el ajeno, porque
sabemos que para lograr ese éxito, históricamente interrumpido, hace falta: persistencia,
voluntad, estrategia, decir NO a tiempo, hacer la pausa necesaria, la acertada
reflexión y por último la verdadera acción.
Y
habiendo dado ese magnífico paso, debemos ser consientes que cuando los sueños
se cumplen, el entorno ya se ha modificado, no nos espera, entonces habrá que
ir más allá del éxito o el logro de metas.
La furia es una reacción de lucha instintiva
cuando nos amenaza algún peligro, pero es un túnel oscuro sin retorno ni aireación, que se
levanta como protección de nuestro ego, nos ciega, nos asfixia, nos limita, nos
paraliza, y nos provoca una unilateral esquizofrenia frente a los logros.
En
un mundo híper conectado, estamos completamente desconectados y desintegrados
respecto de lo que sentimos. Hemos llegado a creer que lo normal es hacer una
cosa y querer otra. No hay ninguna coherencia entre lo que siento y lo que hago,
porque el factor determinante de las circunstancias, de los moldes,
estructuras, jerarquías, y el qué dirán,
limitan la congruencia y amurallan el camino a nuestra propia felicidad.
El
esfuerzo, la paciencia, la colaboración, la reinvención, la autoconfianza, la
humildad, la perseverancia, son pequeños grandes condimentos en nuestra gran
receta del verdadero cambio. Y como decía Rhonda Byrne: “Cada segundo es una
oportunidad para cambiar tu vida, porque en cualquier momento puedes cambiar lo
que sientes. No importa lo que sintieras antes. No importa qué errores crees
que cometiste. ¡Cuando cambias tus sentimientos, pasas a otra frecuencia, y la
ley de la atracción te responde al instante! ¡Cuando cambias tus sentimientos,
el pasado desaparece! Cuando cambias tus sentimientos, cambia tu vida".
La
sabiduría del cambio golpea nuestra puerta: ¿abres?.