Estos son mis principios.
Si no le gustan tengo otros, decía el grandísimo Groucho. La nueva
generación de los recursos humanos estamos convencidos verdaderamente que a mayor sentido de pertenencia de un
trabajador o a mayor autonomía, felicidad y conciliación, mejores serán sus
resultados y nivel de productividad, y por ende, mayor implicación y
"amor" por su empresa. Una ecuación de éxito cada vez más metida
en las entrañas, que por exitosa, no deja de presentar algunos
cuestionamientos.
Trabajamos una línea de valores que intentan establecer un “Padrenuestro
cotidiano”, y permitiéndome hacer un paralelismo con el fútbol, creando un amor
por la camiseta donde el "hincha" exige al jugador que lo deje todo
en el campo de juego, que sea el fiel
representante de sus sentimientos, su historia, etc. Hasta que ese mismo
jugador ve delante de sí al “Señor Dinero” llamando a su puerta. Me pregunto
una y mil veces si ¿deja de ser ídolo?, o si ¿rompe la tabla de Valores?, o ¿pisotea
su sentido de la pertenencia? Se nos llena la boca en las tertulias familiares
o de amigos cuando sucede esto en el club de nuestras pasiones pero, ¿si fuésemos
nosotros, en nuestros propios trabajos, pensaríamos igual?, ¿es injusto decir
que todos tenemos un precio?.
Un gran punto de partida es conocer la responsabilidad de
utilizar paralelismos con los sentimientos, con las emociones, con el
compromiso, con la entrega, el sacrificio, con la importancia del cambio,
porque estos “inputs” podrían en algún momento dejarnos desnudos en nuestras
propias falsas convicciones estableciendo un efecto dominó.
Quizá sea más natural apelar
a las personas en su esencia, en su poder de superación y en su compromiso
consigo mismo, y por qué no también, en el sentido colaborativo de su oficio o
su misión. De esta manera estaremos siempre trabajando la línea personal, una
línea de comunicación directa, directa con el deseo, espíritu y corazón de la
persona, que entendiendo las reglas del juego compartidas provocará un proyecto
colectivo de empresa o la misma creación de valores por convencimiento y no por
dogmas.
La fidelidad dentro de un sistema mercantil tiene límites,
lo sabemos y lo asumimos. El “hasta que la muerte los separe” ni en los propios
juramentos eclesiásticos está muy claro. Las relaciones interpersonales no solo
son una cuestión de fe, se construyen en base a intereses comunes y no por
intereses me refiero exclusivamente intereses dinerarios. Objetivos comunes pueden
ser: deseos comunes, causas comunes, proyectos comunes, desarrollos comunes. El
día que uno de estos puntos comienza a fallar se abre la misteriosa grieta del jarrón, que por más bonito y perfecto
que sea el encaje de piezas, la fisura en dicho jarrón provocará algún tipo de
filtración.
Cuando mezclamos nuestra filosofía de management con el
lenguaje de nuestro yo interior y no miramos realmente a la persona, corremos
el riesgo de desvirtuar nuestra mejor voluntad por generar un ámbito de trabajo
acorde a nuestra buena manera de entender el negocio y por ende nuestras
convicciones.
Si sólo alimentamos de
dogmas el camino de los demás, no nos sorprendemos que antes una mejor oferta
profesional y económica nos paguen con la misma “moneda vacía” que hemos
entregado. Por eso, hasta en los círculos sectarios tienen un cerrojo por
dónde pasa una llave abriendo nuevos caminos, olvidándose absolutamente de todos
los códigos y sonrisas que garantizaban su eterna y "mágica"
relación.
Todo puede acabarse, todo puede tener un precio, por eso el valor siempre, absolutamente siempre,
estará en las personas y no en los sistemas, ni en los procesos, ni siquiera en
los compromisos. Incluso hasta los
conformistas y su miedo eterno trazan las mismas ecuaciones para no tomar
auténticas decisiones.
Si trabajamos en la estética, no lloremos cuando el
maquillaje termina por mancharnos el rostro; si trabajamos en la arena, no nos
sorprendemos que el viento desdibuje nuestro mensaje. Construyamos la identidad
corporativa desde lo auténtico, desde las personas, porque los discursos y los
carteles endogámicos se convierten en melodías estridentes, pero en cambio el lenguaje de lo veraz fortalece y eleva tres
semitonos el nivel de madurez en nuestras relaciones.
DIEGO LARREA
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