Normalmente ponemos como ejemplo de
cobardía al avestruz, para graficar nuestro comportamiento como seres humanos
frente al miedo, y lo que muchas veces sucede en ese tipo de acusaciones es que
podemos equivocarnos y crear un falso mito o un prejuicio muchas veces
irreversible. Irreversible como la creencia del comportamiento de estas
larguiruchas aves que cuando se sienten
en peligro, de manera no cobarde sino inteligente, bajan la cabeza a ras de
suelo para ocultar su largo cuello y confundir a sus enemigos, que no pueden
distinguir la cabeza de su posible presa desde la distancia. O mientras
empollan los huevos ocultando la ubicación de su nido. Táctica, estrategia,
pero no temor.
Los prejuicios y la teoría de “la excusa
del otro” nos sirven muchas veces para esconder (esta vez sí) la cabeza bajo la
tierra ocultando nuestras propias falencias, nuestros propias áreas de mejora,
dificultades, etc. Los aspectos
disonantes en una relación personal o profesional se manifiestan cuando no
somos conscientes del impacto de nuestros actos y palabras, generalmente guiados por una percepción
distorsionada y subjetiva de la realidad.
Cuando culpabilizamos a otros de lo que nos
sucede, solemos entrar en la crítica o en la queja. Criticamos cuando nada nos
parece suficiente. Y también conviene diferenciar entre una queja y una crítica.
La queja es sobre un comportamiento y la crítica sobre la persona. Ponernos a la
defensiva es otra forma de culpar e implica una falta de entendimiento. Implica
pretender estar por encima del conflicto cuando en realidad se es parte del
mismo. Cuando decimos que la culpa no es nuestra estamos diciendo que la culpa
es del otro, lo que hará aumentar las diferencias ya que, quien ataca, ni retrocede ni se disculpa.
Nada
de lo que generamos tiene la ausencia del “otro”.
Vivimos en un mundo donde la existencia en sí misma es relacional y todo lo que
hacemos tiene directamente o indirectamente una implicación en los demás. Por
lo tanto, en aquello que nos lleva al conflicto tenemos un mayor o menor
porcentaje de responsabilidad. El gen
egoísta nos lleva siempre a pensar en nuestra soledad del acierto, pero no es
cierto. Creemos y nos sentimos los dueños de la verdad, pero somos lo que
generamos, y la mayor inteligencia emocional y humildad demostrada debería
radicar en asumir en primera instancia que somos eslabón, no somos simples
espectadores damnificados.
Nos escapamos, nos refugiamos en excusas,
nos llenamos de palabras vacías, de contradicciones, escondemos la cabeza bajo tierra, no asumimos
nuestro papel, nos cuesta mucho aceptar
la idea de cambio de comportamiento y por lo general asumimos que el cambio
tiene que ver más “con el otro” que con nosotros mismos.
Creemos que escuchamos, creemos que todo
está dicho y entendido. Escuchar de
verdad es reconocer al otro y reducir
las asimetrías de poder. ¡Y el conflicto cambia de significado! Y se abre
la puerta a una posible solución. Por ello, en estas u otras diferencias, no es el poder que tienes sino tu capacidad
de influencia la que te llevará a tu éxito. Todo de la mano de una gran
gestión de la humildad y de escucha sincera. Evidentemente una fórmula
aplicable a otros órdenes de la vida.
Si el cuestionamiento comenzara con
nosotros mismo, probablemente muchísimas distancias o desencuentros tomarían
otro rumbo y como decía Martin Luther
King: tu verdad aumentará en la
medida que sepas escuchar la verdad de los otros.
DIEGO LARREA