Detrás de nuestro andar
se desprenden minúsculos elementos de nuestro propio calzado, del
terreno que estamos pisando. Son tan imperceptibles que no los detectamos a
simple vista. En ese mismo andar se desprende energía de todo nuestro cuerpo,
que va dejando pequeñas estelas invisibles a los ojos humanos. Así como estos elementos físicos causan una
reacción ante esta acción, también nuestro “transitar” provoca pequeños o
grandes impactos en los demás.
Todo lo que hacemos
en nuestra vida, por más insignificante que nos parezca, tiene una repercusión
en los “otros”. De manera consciente
o inconsciente impactamos. A veces el impacto puede ser positivo y muchas otras
negativo, incluso ignorado o rechazado. Y no solo sucede en el ámbito de las
personas, ya que en las empresas sucede lo mismo. En este caso, todo lo que
haga una compañía en su 360º omnicanal
tiene un sello decisivo en la experiencia cliente y en definitiva en su
posterior fidelización o rechazo.
Recuerdo siempre a mi abuelo, no solamente con la nostalgia
de la ausencia sino a través de su sentido de la familia y la responsabilidad; de
mi padre en su silencio y en su esfuerzo cotidiano por mostrarme y enseñarme a
su manera el valor de los valores; a mi tío por orientarme en mis primeros
pasos hacia un mundo tan competitivo; a esos jefes/as que se han ganado, cada
uno a su manera, mi admiración y respeto para siempre; a mis amigos hermanos
porque me enseñan diariamente que todo es posible a pesar de todo. Estas
personas y otras tantas que no quiero olvidar son las que de manera voluntaria
o involuntaria han creado la marca de la huella en mi persona, igual que otras
seguramente lo han hecho contigo. De los
que nunca nos olvidaremos, de los que hacen en primera persona nuestra
historia, de los que marcan un antes y un después en nuestras experiencias
cotidianas. Personas que dejan huella, que te marcan para siempre, que escriben
con el cincel del talento en tu espíritu y te impulsan a seguir en los momentos
complejos y te dan la madurez para afrontar el vértigo de los éxitos.
Y como la vida es una carretera de ida y vuelta, también están aquellos que dejan huellas con sabor amargo, pero huellas al fin. Una cosa es dejar huellas y otra dejar cicatrices. Contrariamente a los ejemplos expuestos, a estos los recordamos cuando nos rozamos la piel y nos duele. La marca de la huella del vacío, del ser ignorado, de ser prejuzgado, del no valorar, ni escuchar, de la falta de reconocimiento, de la soberbia, de la egolatría, del sectarismo, de la humillación. Huellas que observamos, que sentimos, que recordamos, que nos han perjudicado en algún momento de nuestras vidas personales o profesionales, algunas que superamos y olvidamos, y otras que aún nos queda por superar. Pero siempre con un valor intensamente formativo porque el aprendizaje en la desventura se transforma en superación, crecimiento, fortaleza y resiliencia. Y siempre recordando que la manera de dar vale más que lo que se da.
Como decíamos anteriormente, con las empresas nos puede
pasar lo mismo, experiencias cliente que dejan huella para bien o para mal. Al igual que las personas las compañías no son
solo lo que dejan ver sino el impacto real en sus clientes, porque la marca
tiene espíritu, la marca tiene corazón, la marca no es una campaña, ni un logo
bonito, ni una estrategia universitaria, la marca es autenticidad, es vida, es
credibilidad, la marca son las personas, somos nosotros desde dentro o desde
fuera, como clientes o trabajadores. La marca vive, renace, se reinventa, se
cae, se levanta, se transforma, es una necesidad, porque así nos sucede en
nuestra vida a nosotros también.
La marca de la huella no se olvida, vive junto a nosotros,
la llevamos encima, forma parte de todas y cada una de nuestras decisiones. La
pregunta que cabe formularnos es: ¿somos personas o empresas que dejamos huella?,
y esa huella ¿genera una marca inolvidable e inspiradora o bien nos traslada al
rincón más frio y oscuro que podamos recordar? De nosotros depende.